El Santuario de las Ermitas
"Pues como madre de Dios
a Dios los enojos quitas,
ruega por los pecadores
¡oh Virgen de Las Ermitas!
Cuando los hijitos del pelícano necesitan alimento, la madre "hiriéndose el pecho, rocía con su sangre los cadáveres de los polluelos y aquella sangre los rescata de la muerte". "Igualmente del costado de Cristo en la Cruz manó sangre y agua, rescate para la vida eterna"
El águila real en la bóveda, "detiene por un instante el batir de sus alas. Non palluit fulgore (Eclasiastes, XLIII,3). "No tremuló por la luz". "El águila es capaz de remontarse muy alto hasta mirar de frente al sol, imagen de la divinidad; vuela hacia el sol para quemar su plumaje y luego sumergirse en el agua pura con el fin de renovarse, como el ave fénix". El águila se presenta como símbolo de la Resurrección y de regeneración espiritual
“A tu casa, gran Señora,
Pusiste áspero el camino;
Porque es para el peregrino
El camino de la gloria”
En tierras de O Bolo se encuentra el Santuario de la Virgen de las Ermitas, centro importante de peregrinación de los devotos, que desde distintos puntos, y antiguamente muchos descalzos, han acudido ante la milagrosa virgen.
“El Santuario está situado en una profunda garganta del rio Bibei, en la accidentada geografía de Galicia interior, se encuentra cercano a uno de los caminos que desde la antigüedad ha sido una de las principales rutas de penetración en Galicia, la Vía romana de Astorga a Ourense, no lejos del cruce con la Vía de Braga a Astorga”
El Santuario, situado en un emplazamiento de una majestuosa belleza del paisaje, Impresionantes rocas penden sobre la ladera de la montaña a cuyos pies, luce maravillosamente su arquitectura barroca.
Es impresionante y asombrosamente hermoso ver cómo, en las faldas de la escarpada montaña, reguardada su espalda por una enorme roca vertical, el río Bibei serpenteante al fondo, entre las dos montañas labradas de báncales de antiguos viñedos y olivos, se yerguen las altas y esbeltas torres del Santuario.
Recuerdo aquella historia, o milagro, que me contaba mi abuela, como los dos bueyes que tiraban de un carro cargado de leña, se desbocaron precipitándose al precipicio ante la desesperación de su amo, que nada pudo hacer para frenar la loca carrera de los bueyes hasta ver como se despeñaban y como milagrosamente se deslizaron por la verticalidad de la roca hasta llegar al suelo, dejando dos profundos surcos de frenada. El hecho corrió entre los vecinos como un milagro.
Recuerdo al ermitaño que pasaba por Santa María, mi pueblo, y siempre paraba en casa y recuerdo aquellas medallitas pequeñas